En momentos de excepcional dureza social y económica conviene permanecer unidos. Los ciudadanos precisan facilidades para pagar y hay que dárselas. Centrarse en el fin preservando la seguridad del medio. En este sentido, a la consigna de no entrar en contacto –ni unos con otros ni con la mayor parte de objetos que nos rodean fuera de nuestro hogar– le está siguiendo la difusión de informaciones no suficientemente contrastadas. En principio, el pago sin contacto puede ser una idea muy útil, pero no alcanza a muchos segmentos de la población que aún tiene dificultades para aceptarlo o entenderlo. Muchos pagos con tarjeta entrañan un contacto y los que se realizan en efectivo, también. Lo que ocurre es que, al salir de casa para realizar cualquier transacción, se realizan muchos más contactos que el de pagar. Este último es sólo parte de una cadena. Tocamos puertas, los productos que adquirimos, tickets de párking, datáfonos, tarjetas de débito y crédito, billetes y monedas. Tocamos más que Iniesta sin darnos cuenta. Según las autoridades sanitarias, utilice lo que utilice, no deberá tocarse la cara. Conviene, por tanto, llevar mascarilla y, por supuesto, es útil llevar guantes que puedan higienizarse o desecharse. Si ese proceso se realiza de forma adecuada, el instrumento de pago utilizado será irrelevante. Es posible que el efectivo que esté usando haya pasado por las manos de varias personas. Como la bolsa de naranjas, el periódico, el pan, una barandilla o el pomo de una puerta. La estricta medida de higiene prima. Son mayoría los establecimientos que, en cualquier caso, tienen protocolos de limpieza para poder seguir distribuyendo efectivo con seguridad.
De forma natural, los españoles que disponen de medios contactless los están utilizando estos días. Y los que disponen de instrumentos que implican mayor contacto, también. Hemos visto, sin embargo, a determinados centros de negocio exigir pagos sin contacto y, así, desnaturalizar la realización de algunas transacciones con tarjeta o dificultarlas, por falta de costumbre o desconocimiento, reduciendo su seguridad. El problema es que, en estas semanas insólitas, hay que tener en cuenta que lo que están cayendo a plomo son las transacciones en general, en línea con la actividad económica. Las grandes procesadoras de tarjetas de pago ya han reconocido una reducción sustancial de las operaciones de los consumidores. Su valoración en las Bolsas también se ha resentido, acorde con la expectativa de una caída del consumo. Las que gestionan efectivo tampoco están para fiestas, porque la disminución de la demanda afecta a todos.
Con los instrumentos de pago hay una realidad, un experimento en marcha y muchas hipótesis sobre qué vendrá después. La realidad es cómo eran los usos de medios de pago antes de la crisis del coronavirus. Hace escasamente un mes, se venían observando varias tendencias algo paradójicas pero, analizadas con detenimiento, compatibles. Desde que acabó la crisis financiera, la demanda de efectivo ha aumentado, medida como valor de los billetes y monedas sobre el PIB. También han aumentado, más marcadamente, los pagos con tarjeta. En qué medida lo han hecho los que son “sin contacto” es más difícil de delimitar, porque no existen estadísticas oficiales al respecto, pero la evidencia anecdótica apunta a que lo han hecho de forma importante en varios segmentos de la población. Otros, sin embargo –en particular, tramos de mayor edad y la vinculada a ocupaciones con menor procesamiento electrónico de pagos– siguen usando el efectivo de forma intensiva. Es la llamada “persistencia del efectivo”, que se observa en muchos países occidentales.
Experimento social
En cuanto al experimento social, es complicado delimitar hasta qué punto la crisis sanitaria y económica habrá provocado un aumento de las transacciones con medios sin contacto que sea permanente. Quienes los usaban probablemente lo habrán seguido haciendo. Quienes cuentan cada mes con efectivo en su hogar, seguramente también tratarán de darle salida, como venían haciendo habitualmente. Algunos de los que sufren incertidumbre respecto a sus nóminas y el pago de recibos porque han perdido su empleo o temen hacerlo, tratarán de acumular su liquidez en efectivo antes de que las deudas consuman sus cuentas corrientes. Y los que reciban ayudas de familiares y amigos, por motivos similares, también los recibirán, en muchos casos, en efectivo. Y, a pesar de todo ello, es probable que aumente algo la preferencia por el pago sin contacto, pero hasta qué punto será un cambio significativo y persistente no lo sabremos. Unas cuantas semanas pueden variar algo las preferencias, pero haría falta mucho más tiempo para un cambio de hábitos arraigado. En todo caso, es un cuasi experimento natural para estudio científico una vez que todo esto, como esperamos, pase.
Tenemos que procurar sostener la economía y, para ello, es preciso que también se sostengan las formas de pago. Ha habido, en el pasado, movimientos contrarios a la desaparición del efectivo. Entre otras defensas de los billetes y monedas, permanece la de su utilidad ante catástrofes naturales o problemas de suministro eléctrico, que en días como éstos podrían ser especialmente problemáticos. Pero la realidad más acusada es que gran parte de la población no tiene acceso, instrucción o voluntad para usar otro tipo de pagos y se podría ver excluida en un momento de extrema adversidad.
Fuente: Expansión