El boletín del Congreso del 12 de junio de 2020 recogía una proposición no de ley del PSOE que abogaba por “la eliminación gradual del pago en efectivo, con el horizonte de su desaparición definitiva”. ¿Mande? De prosperar esta ley, sería como prohibir el uso de cualquier tipo de rueda o la eliminación total de los libros. Pues se trata del porvenir de uno de estos tres inventos, junto con la domesticación del fuego, fundamentales para la humanidad.
Por mucho que no sea más que una sugerencia del Parlamento al Gobierno, sirva de aviso para navegantes. En los pueblos de la España vaciada y cada vez más las barriadas dejados de la mano de Dios, cuando se quedan sin sucursal bancaria o siquiera un cajero automático, tendencia que no para de crecer, el efecto adverso sobre la población es comparable al que padecen con la clausura de escuelas, farmacias o centros sanitarios, y ya no digamos el único bar.
Una de las muchas enseñanzas de la covid es que no todo el mundo está preparado para la digitalización universal, máxime entre los mayores que aún nos quedan, pero no sólo: hay quien, de la edad que sea, que no quiere ser digitalizado contra su voluntad, aun a riesgo de ser tachado de negacioncita o quedarse en permanente fuera de juego social y económico. Sea como sea, haríamos bien en considerar los datos que apuntan que en España el 75% de las operaciones se hacen en efectivo pero mueven menos del 50% del volumen del dinero. Ese escaso 50% representa, principalmente, al pueblo llano que difícilmente podrá prescindir del efectivo, a diferencia de lo que les ocurre a los que se mueven por paraísos fiscales, sociedades pantalla o con criptomonedas.
Resulta bien ilustrativa la relación de los Estados Unidos de América con el dinero cuyo origen se remonta, en su caso, a las primeras colonias británicas en suelo americano. En 1690, el gobierno de la colonia de la Bahía de Massachusettes fue el primero en todo Occidente en imprimir papel moneda a fin de hacer frente a sus deudas, debido a la escasez de oro y plata. Y a falta de otra alternativa, el inventó funcionó. Tanto es así que pronto había cientos de banco alegremente imprimiendo papel moneda aceptado como moneda de curso legal, aunque a veces con justificadas reservas.
La Constitución federal de 1787, en su afán de unificar los estados, exigía la eliminación de los billetes que éstos emitían, mas sin que sugiriera el efecto deseado. De haber prosperado esta prohibición, cabe la duda de si la economía hubiera prosperado tan deprisa y tan espectacularmente como hizo. Durante la guerra de Sucesión (1861-1865), el Gobierno federal ya había puesto en marcha la regularización de los mas de 10,000 bancos que había a lo largo y ancho del país, amén de la retirada de circulación de sus correspondientes billetes. Aun así, durante algún tiempo continuaría siendo la edad de oro de los falsificadores, que eran legión.
Rebinando un poco, EE.UU contaba en 1800 con 28 bancos (en el sentido modero del término). En 1812, había casi un centenar, y sólo cuarto años más tarde, nada menos que 250, todos ellos emitiendo papel moneda, que competía con los billetes falsos que nunca faltaban, máxime en los estados del sur. Un tal Samuel Curtis Uphan, de Filadelfia, dejó el noble oficio de periodista para dedicarse al de falsificador, y a lo grande. Precursor de Santiago Rusiñol, vendía por sólo un penique billetes confederados de cinco dólares falsos. Se ha calculado que llegó a haber en circulación unos 15 millones de billetes confederados falsos. La multiplicación de bancos se produjo a lo largo de los años de manera exponencial.
Al asumir el Gobierno federal tras la guerra de Sucesión el monopolio de la emisión de papel moneda, es decir, el dólar tal como lo conocemos, firmó al mismo tiempo el certificado de defunción de los falsificadores. En la actualidad, la cantidad de billetes falsos en circulación es minúscula. Con todo, aún es pronto para cantar victoria: puede que el papel moneda haya entrado en vía de extinción pero no así los falsificadores, que a buen seguro se adaptarán a la moneda electrónica –¡ya lo están haciendo!-mucho antes que el ciudadano de a pie, por no hablar de los gobiernos que nos gobiernan (es un decir) sin tener en cuenta las adversas consecuencias que puedan causar las leyes que aprueban entre tuit y tuit.